En la primera de las lecturas de hoy, del santo evangelio según san Lucas, apreciamos claramente dos momentos diferenciados: un diálogo entre Jesús y Abba, y otro posterior del Justo con sus discípulos.
Del agradecimiento de Jesús al Padre colegimos dos cosas diferentes a su vez:
Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños.
Este pasaje es muy clarificador, toda vez que demuestra, por un lado, cómo no hay uno más grande que otro a los ojos de Dios y, por el otro, que no necesariamente aquellos que están en posesión del conocimiento o de la posición son merecedores de los misterios del Padre que ansían. Ni la potencia ni la riqueza hacen, de por sí solas, merecedor de nada a los ojos de Dios. Ni siquiera la posesión de sus misterios, toda vez que la sabiduría sin amor se vuelve tiranía,
Los fariseos y los escribas han recibido las llaves de gnosis y la han ocultado. Ellos, desviados, no han entrado, y a los que de corazón pretendían entrar no se lo permitieron.
de la misma manera que el amor sin sabiduría está abocado al engaño y el abuso.
Si un ciego conduce a otro ciego, los dos caen al fondo del pozo.
Por otra parte, destaca la grandeza del misterio de la encarnación, puesto que el Hijo del Hombre encarna voluntariamente por Amor al Padre en un cuerpo humano sin conocimiento del resto de la creación, ni siquiera conociendo él mismo su infinita grandeza hasta su definitiva autorevelación —transfiguración— en la montaña.
La segunda parte de la lectura de hoy del santo evangelio según san Lucas, cuando Jesús se refiere a sus discípulos
¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron.
Es a la vez un llamamiento a ponderar en su medida la grandeza del momento que viven en compañía del mismo Justo y al consecuentemente agradecimiento por la infinita generosidad de Abba
Os daré lo que el ojo no ha visto, lo que la oreja no ha oído, lo que la mano no ha tocado y lo que no ha venido al corazón del hombre.
además de un toque de atención,
No echéis a los perros lo que es santo, no sea que lo arrojen al estiércol.
toda vez que, de no ser conscientes y aprovecharlo, no serán diferentes de todos aquellos a los que se refiere Jesús cuando afirma
Yo me he posado en medio del mundo y me he revelado a ellos en la carne. Los he encontrado a todos ebrios, no he encontrado a uno solo entre ellos que tuviera sed, y mi alma ha sentido pena por los hijos de los hombres, porque están ciegos en su corazón y no ven que han venido al mundo estando vacíos. Pero ahora están ebrios. Cuando hayan arrojado su vino, entonces se arrepentirán.