En la primera de las lecturas de hoy, del santo evangelio según san Mateo, se narra una escena en la que Jesús sube a lo alto de un monte y aguarda sentado a cuantos acudían a él
“Venid a mí los que estáis cansados y agobiados”.
Y subían las gentes y los ponían a sus pies. A ellos, enfermos, tullidos, poseídos, mellados —que representan metafóricamente en su conjunto a los desdichados que decidieron alejarse del camino de Dios—. Entonces, el simple gesto de ponerlos a los pies de Jesús simboliza la renuncia de esos enfermos a la fatal arrogancia del ego, la demostración de profunda humildad del que al fin reconoce que nada hay fuera de Abba, sino tinieblas y oscuridad.
Ellos, al ser depositados a sus pies, retornan simbólicamente al camino de La Luz y el Amor, el camino de Dios. Se pliegan a él porque se reconocen en Él y lo abrazan.
En la segunda parte del pasa de san Mateo emplea a las gentes comunes que hasta allí acudían a verlo para reforzar otra vez el mismo mensaje. A estos aparentemente no les cura porque no lo necesitan. Pero sí que hace algo con ellos. Les alimenta el espíritu, toda vez que lo merecieron, al aguardar allí, tres días completos en ayuno (lo que a la vez simboliza la preparación y disposición del propio cuerpo para recibir esa maravillosa y salvifica energía del Espíritu), sin preocuparse por nada.
No os preocupéis de la noche a la mañana por lo que vestiréis.
Entonces los panes y los peces simbolizan el alimento espiritual que reciben después de su preparación.
A los extraviados los devuelve al camino. Y los que ya estaban encaminados les alimenta el Espíritu. Y lo hace además mandándolos sentarse, no de pie, ni arrojados sobre el suelo, sentados, como él, equiparándoles Jesús a él mismo —otra metáfora de que se encuentran entonces en el mismo plano del espíritu—, dándole todo el protagonismo y ceremonial a esa comida que no solo no se ágora, sino que sobra. Y sobraría aun si hubieran sido mil más. El espíritu de Abba.
Mirad que YO SOY la fuente que no deja de manar.