En esta primera de las lecturas de hoy, del santo evangelio según san Lucas, Jesús pone el foco en la corrupción del propio templo por parte de los mercaderes, que desvergonzadamente profanan el mismo, faltando el respeto a Dios por su propia acción directa, al mancillar el templo, pero también por la indirecta, alentando a la confusión y corrupción de los devotos que allí acuden.
«Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”.»
Estos mercaderes mercantilizan -valga la redundancia- y corrompen lo que debería ser un espacio puro y despejado de acercamiento directo y sin intermediarios a Dios. Un refugio común, un punto de encuentro, de apoyo mutuo y reforzamiento bajo el amparo de Dios.
Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones.—Isaías; 56, 7
Porque el Templo no es sino la casa de reunión y recogimiento del pueblo bajo el auspicio de Dios. Un lugar de encuentro y comunión grupal, de educación y estrechamiento de lazos, donde reforzar y transmitir los valores de la cátedra de Moisés. Un remanso de paz y recogimiento colectivo frente a lo vertiginoso del día a día.
Pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones—Jeremías; 7, 11
Y sin embargo los mercaderes, en connivencia con los escribas y fariseos, pervierten el espíritu del Tempo y confunden a los que a él acuden, conformando entre todos una visión mercantil de la relación para con Dios. Los actos nobles y preceptivos basados en el Amor, la misericordia, la fe y la abnegación se sustituyen por la limosna lisonjera y sacrificios bananeros, absolutamente superficiales y desvirtuados, que nada tienen que ver con los valores de privación, humildad y reconocimiento y compromiso cuyo trasfondo se perseguía en su momento.
Rebajan los asuntos de Dios a menudeos terrenales que abren la puerta a la confusión, la indulgencia, la manipulación y perversión de los valores y del ser.
Mercaderes que sirven a dicen servir a Dios sirviendo al dios dinero. Y como dijo Jesús el Justo
Una persona no puede montar dos caballos ni
tensar dos arcos, y un esclavo no puede servir a dos amos, de otra
manera honrará a uno y ofenderá al otro.
Nadie bebe vino añejo e
inmediatamente quiere beber vino nuevo. Y no se pone vino nuevo en odres viejos, para que no se revienten. Y no se pone vino añejo en odres nuevos, para que no se vuelva ácido.
No se cose remiendo viejo en ropa nueva, porque vendría un rasgón.