En la primera de las lecturas de hoy, del santo evangelio según san Lucas, Jesús el Justo se ve abordado por unos saduceos que, incrédulos de la Resurrección y creyéndose más listos que el Justo, tratan de ponerlo en un aprieto y ridiculizarlo.
Sin embargo lo único que logran es quedar ellos mismo en evidencia, toda vez que sus comentarios denotan, amén de su escepticismo, una pobreza intelectual merecedora, a la vista está, de quedar reflejada en el evangelio de hoy para la posteridad.
Por lo pronto, no entienden la diferencia entre los planos carnales y espirituales. Los saduceos que abordan a Jesús no son capaces a diferenciar entre lo perteneciente a la densidad de la carne y la sutileza progresiva de lo espiritual tras la transición de la muerte física.
De hecho, los saduceos ni siquiera creen en la resucitación, en la vuelta a la vida en nuestro templo físico (el cuerpo), construido especialmente para albergar y proteger lo más sagrado: el sanctasantorum (el hálito eterno e inmortal de Dios, su Espíritu Santo derramado sobre todos, nuestra esencia primera, nuestro auténtico ser, que emana de Él y a Él esta destinada a retornar).
¿Cómo iban a entender, entonces, estos saduceos de las lecturas de hoy, el concepto de resurrección, la capacidad de transcender la muerte física para asomar a un plano superior, etérico, mucho más allá de la ilusión de la carne y sus limitaciones?
En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Resucita Lázaro (también la hija de Nairo y el hijo de la viuda de Naim) al cuarto día de su muerte, los preceptivos por los judíos para declarar muerto por descomposición al cuerpo, fruto de la resucitación por la intermediación de Jesús y la gracia de Dios. Quien además llora conmovido ante Marta y María, las hermanas de Lázaro. Y es, además, una de las dos únicas veces en que lo vemos emocionarse tan explícitamente en las escrituras, junto con el día en que Jesús llora al ver la ciudad de Jerusalén.
«“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús, al verla llorar (a María, hermana de Lázaro) y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó:
“¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”.
Jesús profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”.
Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”.
Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”
Entonces quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “¡Lázaro, sal de ahí!”. Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario.»
Resucitan Lázaro, la hija de Jairo y el hijo de la viuda de Naim en el plano físico, al devolverles Abba la lustre a su Templo (reviviendo su cuerpo humano para que vuelva a ser habitable), ante el asombro de los judíos y la incredulidad de los saduceos, quienes corren a cuchichear con los fariseos y el sanedrín, Caifás, su líder, a la cabeza.
“¿Qué vamos a hacer? Porque este hombre hace muchos milagros. Si dejamos que siga así, todos pondrán su fe en él y los romanos vendrán y nos quitarán tanto nuestro lugar santo como nuestra nación” —Juan 11:47,48
Y resucita Jesús de entre los muertos, como fue profetizado, pero no como consecuencia de la resucitación (volver atrás a antes de la muerte física, pero no estar exento de volver a experimentarla de nuevo más adelante), sino de la resurrección (triunfo del ser sobre la muerte física o carnal).
Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y lo hace como prueba y testimonio de la vida eterna y el amor infinito de Dios, para que todos crean aunque sea a consecuencia de ver.
«¿Has creído porque me has visto? Felices los que no han visto y aun así creen”. —San Juan 20:29