Os escogeré a uno entre mil y a uno entre dos mil, y los dos seguiréis siendo uno solo.
En la primera de las lecturas de hoy, del santo evangelio según san Mateo 25, 31-46, Jesús el Justo emplea otra parábola para recalcar una vez más la imperiosa necesidad de actuar conforme a nuestro compromiso cristiano.
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado” —Juan 13:34
Un compromiso que es arduo y complicado, toda vez que nos exige actuar siempre en virtud de lo correcto y no de lo conveniente.
Lo correcto y no lo conveniente.
Y he ahí precisamente donde radica la auténtica exigencia de ese compromiso cristiano al que nos referimos: La costosa elección de sacrificarse en muchas ocasiones para priorizar lo correcto en lugar de permanecer en nuestra zona de confort mirando hacia otra parte, obviando nuestro deber, los votos de nuestro compromiso. Excusándolos con unas u otras justificaciones indulgentes que nos eviten el trago de actuar debidamente.
Pero esa indulgencia no es sino el primer paso de un camino que conduce inmediatamente hacia la dejadez, y a esa dejadez la sucede luego la corrupción, y finalmente el mal y la oscuridad.
«Sed {de espíritu} sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda {al acecho} como león rugiente, buscando a quien devorar».
El Amor, la consciencia de la progenitura por igual de Dios sobre todos nosotros, nuestra unión en Cristo ha de prevalecer siempre por encima de cualquier otro driver, enfrentamiento o divergencia, en todo lugar y momento.
«Ama a tu hermano como a tu alma, como a la niña de tus ojos».
En los momentos más cruentos…
“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”. — Mt5:44
En mitad de la guerra…
“Si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer pan; y si tuviere sed, dale de beber agua”. —Prov 25:21
En cualquier lugar…
“Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que peregrine entre vosotros; y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo, Jehová, vuestro Dios”. —Levítico 19:34
Jesús siempre reivindicó esta máxima de la progenitura de Dios sobre todos y nuestra condición de hermanos en Cristo. No permitamos la desunión. La unión hace la fuerza. No hagamos buena la máxima de los tiranos, el «divide y vencerás».
TODOS somos uno en Dios.
“Porque vosotros, hermanos, a libertad habéis sido llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. —Gálatas 5:13-14