La primera de las lecturas de hoy, del santo evangelio según san Lucas, Jesús el Justo emplea una parábola para abrirles los ojos a sus seguidores ante los signos de la fatal madurez de Jerusalem, y su previsible y consecuente caída. Una caída que iba más allá, en realidad, de la de la propia Jerusalem,
”Sabed que en los últimos días habrá tiempos difíciles. Porque los hombres serán egoístas, amigos del dinero, jactanciosos, arrogantes, soberbios, altivos, blasfemos, rebeldes a sus padres, desagradecidos, implacables, insensibles, desleales, difamatorios, calumniadores, inoportunos, crueles, enemigos de los buenos, traidores, arrastrados, hinchados de orgullo, amantes del placer más que de Dios».
¿Les suena?
Y porque la iniquidad será mayor, el amor del mayor número se enfriará” —Mateo 24:12
En aquellos tiempos, igual que ahora, los hombres vivían sus vidas ajenos a su amado compromiso para con Dios, y relajados ante la iniquidad que acecha en las sombras presto a corromper cada resquicio de la Creación a la menor oportunidad. Más aún, alentando, cuando no abrazando (por acción u omisión) el avance de dicha iniquidad, toda vez que, el pueblo, ha dado la espalda a su compromiso para con Dios y a sus propios hermanos. El pueblo se ha abandonado a sí mismo, auoproclamándose huérfano y Señor.
Sed {de espíritu} sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda {al acecho} como león rugiente, buscando a quien devorar.
Como las vírgenes insensatas que no se preocuparon de mantener la llama del candil encendida, los hombres han extraviado el camino y ahora se enfrentan a las consecuencias de sus propias y voluntarias acciones y/u omisiones,
«Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos.»
«Igual que en los tiempos de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos.»
Ayer y hoy, es nuestra propia renuncia para con nuestro compromiso cristiano lo que nos aboca a una nueva caída. Un compromiso que es arduo y complicado, toda vez que nos exige actuar siempre en virtud de lo correcto y no de lo conveniente.
Lo correcto y no lo conveniente.
Y he ahí precisamente donde radica la auténtica exigencia de ese compromiso cristiano al que nos referimos: La costosa elección de sacrificarse en muchas ocasiones para priorizar lo correcto en lugar de permanecer en nuestra zona de confort mirando hacia otra parte, obviando nuestro deber, los votos de nuestro compromiso. Excusándolos con unas u otras justificaciones indulgentes que nos eviten el trago de actuar debidamente.
Pero esa indulgencia no es sino el primer paso de un camino que conduce inmediatamente hacia la dejadez, y a esa dejadez la sucede luego la corrupción, y finalmente el mal y la oscuridad.
Sed {de espíritu} sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda {al acecho} como león rugiente, buscando a quien devorar.
Oscuridad como la del cuarto de aquellas vírgenes insensatas cuyas lámparas no han sido preparadas y encendidas para cuando regrese el dueño de la casa, que entonces se irá. Y el cuarto quedará vacío.
”Velad, pues, y orad en todo tiempo, para que tengáis la fuerza de escapar de todas estas cosas que han de suceder, y de estar en pie delante del Hijo del hombre”—Lc 21,36