En la primera de las lecturas de hoy, del santo evangelio según san Mateo, Jesús el Justo apela a sus discípulos con un breve exhorto de esperanza y solidaridad, inspirado, como siempre, en sus propios actos.
Igual que en el evangelio de ayer, con la Anunciación del arcángel Gabriel y la Virgen María
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»
Jesús les ofrece simbólicamente su yugo,
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas
Pero ese yugo no representa un castigo, ni una condena ni nada que implique una sumisión forzosa a una fuerza coactiva externa, sino una voluntaria, completa y desprendida abnegación para con la suprema voluntad de Abba, manifestada en el máximo ejercicio de nuestra libertad individual, nuestro libre albedrío.
En donde nosotros, reconociéndonos Hijos de Dios, optamos consciente y voluntariamente por seguir el eco divino de la chispa insenescente de Abba que atesoramos en lo más puro y profundo de nuestro corazón.
“Porque vosotros, hermanos, a libertad habéis sido llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. —Gálatas 5:13-14
Y esa voluntaria abnegación del ego más carnal en favor de nuestro compromiso cristiano, cualquiera que sea la forma que adopte, supone en sí mismo el triunfo del Amor de Dios y la sublimación de su Creación.
«Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.
El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte.
Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.
Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la
he recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana.
El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.
Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.
Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.» —Apocalipsis 2:7. 11. 17. 26-28. 3:5. 12. 21